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miércoles, 31 de marzo de 2021

IVÁN EL TERRIBLE: El díptico cumbre del cine soviético


Es extremadamente difícil hablar sobre una película como esta. Primero, porque no es una película, si no dos (y casi tres), pero que se obligan a ver casi de seguidas. Y segundo, porque es un referente de la cinematografía universal, de obligado visionado a todo aquel que tenga ganas de salir del cine actual/reciente, del cine tópico o de las americanadas que llevan inundando nuestras carteleras desde los años 50, con lo cuál es extremadamente difícil no caer en la blasfemia al intentar comentar (más que analizar) una inmensidad de film como este, en la que no hay nada sin querer, en la que todo está ordenado y matizado, en la búsqueda de transmitir al espectador mil sensaciones, de crear una película grandiosa más en su cubierta que en su interior, de crear un mito, un referente: de forjar una nación.



No sé si lo sabéis, pero soy aprendiz de historiador. Y para hablar de películas como esta, es necesario hacer una panorámica a todo cuanto pasó a su alrededor, porque si de algo se caracterizaron las películas soviéticas es por nacer de la voluntad general, y no de la voluntad de todos.

El cine soviético ganó fuerza tras la Revolución de Octubre de 1917, promovida por Vladimir Lenin y que fue un golpe en toda la mesa de la historia mundial. El éxito de la revolución llegó a su clímax con la formación de la URSS, el primer estado socialista de la historia, que rápidamente se radicalizó: todo aquel en contra del régimen (como en cualquier dictadura) era quitado de en medio en un abrir y cerrar de ojos. Pronto se instauró un estado del terror que duró ochenta años, hasta su disolución en 1991, aunque es justo decir que tras la muerte de Stalin, dirigente estrella de la URSS hasta su muerte en 1955, el país suavizó sus métodos de captación de fieles. Y es que, si hubo algo que se aprendió de la Revolución Rusa, es que a las masas se las podía convencer mejor que al individuo, y que se podía acceder a estas gracias a los medios de comunicación, y por supuesto, al arte: la propaganda (que dio sus primeras pinceladas durante la Revolución Francesa, 1789) saltó del papel a la pantalla, pues ofrecía muchísimas más ventajas, como agrupar a más personas o ser mucho más eficaz para llegar a estas, pues no era necesario leer. En este aspecto, muchos cineastas se lanzaron al servicio del estado, pues habían luchado en la Guerra Civil Rusa (1917-1923) del bando vencedor, y aplicaron innovadoras técnicas para, no solo crear obras maestras de la propaganda, si no increíbles películas en su forma que han logrado inmortalizarse y que incluso a día de hoy siguen generando debate. La que tocamos hoy es, probablemente, la obra cumbre de este cine: Iván el Terrible, partes I, II y III.


Iván el Terrible fue el primero de los zares rusos. Durante el siglo XVI se consolidaron en Europa los estados modernos, es decir, monarquías hereditarias que unificaban territorios comunes bajo un mismo poder, y que sometían a la nobleza y el clero a sus órdenes. Así lo hicieron, por ejemplo, los Reyes Católicos en España o Francisco I en Francia. En el caso ruso, con Iván IV se logró la consolidación del poder en la figura del zar, se institucionalizó el reino, se reformó el reino y las leyes y conquistó territorios en disputa. En definitiva, algo similar a lo que hicieron los bolcheviques tras la Revolución de Octubre, por lo que no era de extrañar que la figura del zar Iván IV les interesara tanto.

El caso es que Stalin "propuso" a Eisenstein rodar una película sobre dicho personaje a principios de los años cuarenta. No solo eso, si no que le dio vía libre para hacer varias. La primera, estrenada en 1944, fue un éxito absoluto y Stalin quedó encantado, lo que animó al cineasta a hacer la segunda parte. Cuando se la presentó al dictador en 1946, la censuró de inmediato por entender ciertos mensajes en cuanto al zar. Stalin no se equivocaba: se puede apreciar cierto símil entre el dictador y el padre de la Rusia moderna, pero de eso hablamos luego... 

El caso es que Stalin prohibió la realización de la tercera película, que ya estaba en producción. De esta solo se ha recuperado un fragmento que se estrenó en 1988, pero sus predecesoras las tenemos íntegras, y disponibles en alguna filmoteca de pago, como Filmin.


Eisenstein compuso dos partes (vamos a omitir la tercera por... Por no existir, básicamente) bien diferenciadas: la primera, predomina la narración, la espectacularidad y la historia en torno a Iván, mientras en la segunda importa más el Iván y sus pesquisas, pero afloja la narración en ese sentido y se vende a un montaje confuso.

Antes de nada, he de decir que son grandes películas en cuanto a su utilidad histórica y sus innovaciones técnico-visuales, pero que no recomendaría a nadie que no hubiese visto antes "El acorazado Potemkin" o incluso algo de cine alemán de los años 20. Son películas complejas, algo tediosas, en las que el entretenimiento no prima, pues son películas a merced de la propaganda y del cuento soviético, aunque yo siempre me pregunto en estos casos si este tipo de films entretenían como tal a los espectadores de su época. Supongo que sí, pero porque no había otra cosa.


Aún dentro de lo que cabe, Iván el Terrible I no llega a hacerte desconectar. No es la película idónea para un viernes por la noche pero se hace más visible que alguna de sus contemporáneas. El filme inicia con la coronación del Zar, y llega hasta su minuto 100 con el mismo ritmo y la misma evolución: es un repaso a los primeros años de reinado del Zar Iván, entre los que destaca el nacimiento de su hijo, la conquista de Kazán y otros territorios tártaros y sobre todo, su relación con Anastasia, su mujer, y las primeras pinceladas del deseo de los boyardos de expulsarle del trono. Narrativamente hablando, es estable, pero peca en la falta de explicaciones. A mí me gusta la historia y puedo entender ciertas cosas, pero cualquier otro espectador menos cultivado en este terreno se perderá según avance la historia, aunque me figuro que se escribió pensando en un público como el ruso, que ya conocía de sobra la historia de Iván bien fuese del boca a boca (tradición popular) o en la escuela para los pocos que pudieran ir, así que en ese sentido, la cinta no es criticable.

Ligado a la narración tenemos el montaje, muy acertado, que se ve supeditado a los numerosos juegos de luces de la escena. En ese sentido, Eisenstein era un maestro absoluto, que además era capaz de colocar símbolos en cualquier contexto, ya no para favorecer la narrativa, si no el discurso pro-Estalinista: la película equipara la subida al trono de Iván con la de Stalin, y se glorifica a ambos. En numerosas ocasiones el personaje central hace alusión al pueblo, es más, se atreve a decir que lo que hace lo hace por este, "por la causa", así como la inclusión en escena de elementos como ojos, bolas del mundo y otros símbolos de poder y divinidad. Incluso las sombras ensalzan al personaje de Iván. Es, en definitiva, un film propagandístico (que no se corta en ello además), pero que guarda cierto respeto por la figura real y las situaciones. Por cierto, es curioso el odio de Iván a los alemanes, justo cuando en la vida real los nazis se aproximaban a Stalingrado...

En cuanto al vestuario, diseño de producción y maquillaje y peluquería, es excelente en todos los sentidos. Digno de una producción de Hollywood, muy fiel y realista. El maquillaje de Iván va degradándose y oscureciéndose según el personaje se pervierte, incluso su ropaje cambia cuando al final de la primera parte asume que, o caen todos con él, o no caerá nadie. Curiosamente, de este vestuario está sacado el vestuario de NicePeter en el episodio de ERB "Alexandre the Great vs Ivan the terrible".


Sin embargo, lo que consigue el primer film se desinfla con el segundo: el material propagandístico se le va de las manos a Eisenstein, comparando a la burguesía rusa con los boyardos y centrando toda la trama en como Iván esquivó el complot. De igual manera, aunque la actuación de Cherkásov se vuelve sencillamente brillante, las analogías con Stalin hacen perder fuelle y mensaje a la cinta, por no hablar del desastroso montaje y las tediosas escenas en las que Iván no aparece.

Porque sí, son tediosas. Son teatrales pero incapaces de cautivar, y solo entorpecen una película que, en el mejor de los casos, vive su momento más brillante en los últimos veinte minutos. Y para más inri, pasa una cosa rarísima y es que hay un fragmento... a color. Desconozco el porqué, pero Eisenstein rodó toda la cena entre Iván y su primo Vladimir a color, lo cuál me desconcierta muchísimo. Supongo que para transmitir el calor y el placer que siente Vladimir una vez Iván le deja gobernar (maniobra falsa para que le maten y así comprobar sus certezas de un complot contra él), pero no lo veo necesario y encima rompe con la estética del film. A propósito, el montaje flaquea, también contribuye a la pesadez de la cinta y que sea más tediosa que su predecesora. Desconozco si Eisenstein murió dejando la película montada tal y como la conocemos, supongo que sí, de lo contrario, no tengo la menor idea de porqué rompió el patrón de la primera parte.

Como he dicho, lo mejor de esta película son sus últimos veinte minutos, así como el mantenimiento del simbolismo: lo más destacable es el suelo del rey de Polonia, que resulta ser un tablero de ajedrez, claro indicador de "la partida ya ha empezado", y el momento en el que Iván se autoproclama terrible, que rompe la cuarta pared. Sin embargo, esta película flaquea en comparación a su primera parte. Y luego, el fragmento superviviente de la tercera es algo pobre: un caballero cristiano se presenta a los servicios de un Iván ya enloquecido. Desconozco la orientación de la que quiso dotar a su tercer capítulo Eisenstein...


El díptico de Iván el Terrible es esencial en la historia del cine, y todos deberíamos verlo alguna vez en la vida: no solo es un complemento idóneo para estudiar la Dictadura Estalinista, el cine soviético o el estado moderno ruso, si no que para cualquier estudiante de cinematografía contiene decenas de recursos, ideas o inspiraciones. Además, la ambientación es extraordinaria y Cherkásov resulta estremecedor en un papel que le hará invencible al tiempo y al olvido. Es una lástima que la segunda parte baje la nota del dúo, pero todavía tiene cosas buenas y más pasable que muchas de las cintas de su época. Lejos de ser un entretenimiento palomitero, no son tan pesadas como puedan parecer, y aseguran, por lo menos, una tarde diferente, y poder fardar de cinéfilo con tus amigos...

Atte: Pibón del Barroco