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miércoles, 12 de agosto de 2020

¿TELÉFONO ROJO? VOLAMOS HACÍA MOSCÚ: Una imperfecta (y larga) sátira

Nunca sé que contestar cuando me preguntan si me gusta Stanley Kubrick: lo cierto es que como director, como plasmador de imágenes y conceptos, haya sido de los más grandes. Sin embargo, nunca se desenvolvió del todo bien a la hora de contar historias. Ver una película de Kubrick es, inevitablemente, aburrirte a ratos, o si no durante todo el metraje. De hecho, si me preguntan, prefiero mil veces "Paths of Glory" o "Spartacus" que "The shinning" o "2001: A space odisey"; porque en las dos primeras hay historia: hay intención de contar algo sin irse por las ramas. En mi opinión, las otras dos son ejercicios visuales impresionantes pero que no ofrecen ni gancho ni entretenimiento. Y a medio camino de estas cuatro tenemos "Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb", considerada una de las mejores comedias de la historia. Hoy, vamos a analizar en que falla esta película para que, a mi parecer, sea una obra imperfecta.

Vamos a empezar por lo obvio y común cuando analizamos una película: explicar la trama. Y ojo, que como siempre, habrá spoilers. La película es, para empezar, una sátira de la Guerra Fría, rodada y estrenada en los peores años de esta. La historia nos habla de un hipotético ataque nuclear estadounidense a la Unión Soviética a raíz de un fallo (bueno, de un militar loco, vale) y tres puntos de vista de este: el primero, el del militar que ha ordenado el ataque, el segundo, el de un avión que carga dos bombas atómicas, que creen que el ataque es real y se disponen a llevarlo a cabo, y el tercero (y más interesante) el del presidente de los EE.UU intentando evitar el ataque, porque de lo contrario, los soviéticos responderían con un arma capaz de aniquilar a toda la humanidad. Aquí ya vemos una de las tantas genialidades de la película: narrar la historia desde tres puntos de vista, que suelen ser los puntos de vista de cualquier conflicto: quién lo ordena, quién lo lleva a cabo y quién intenta evitarlo. Sin embargo la genialidad radica en que los tres pertenecen al mismo bando, y cada cuál tiene sus bases y sus opiniones para creer que hacen lo correcto. A pesar de ello, lo que resulta una virtud del guión también es una lastra para la película.

 
De las tres historias mencionadas solo hay una que realmente merezca la pena y que pueda tildarse de divertida. Las otras dos son excedentes de metraje sin el suficiente humor y que solo resultan interesantes en sus momentos finales. Por ejemplo, la historia del militar que ordena el ataque y se atrinchera en su oficina junto a un oficial de la RAF es tediosa, sin ningún tipo de gancho y en la que prima la confusión escénica. Tal vez el momento más genuino es cuando el militar se suicida en el baño y su compañero (encarnado por Peter Sellers) le sigue hablando y dando ánimos. Igual de ocurrente es la escena en la que finalmente los militares toman el edificio y hacen de rehén al oficial de la RAF, pero este les convence de llamar al presidente, para lo que necesita monedas que, irónicamente, extraen de una máquina de Coca-Cola. Aunque es un desenlace genuino, no merece la pena los minutos perdidos en el segmento para llegar a tal conclusión. Igual de tediosas son las escenas de los militares en avión, que si bien cuentan con algunos chistes más de por medio no levantan nunca el vuelo (y nunca mejor dicho). A propósito, de esa historia nace la famosa imagen del vaquero sobre la bomba, otra genial sátira del maestro Kubrick:
 

Finalmente tenemos el segmento dedicado al debate sobre el ataque aéreo, protagonizado por Peter Sellers como el indoblable presidente de los EE.UU y coprotagonizado por Peter Sellers como el Dr. Strangelove, el asesor nazi del presidente, en otra brillante pullita de Kubrick. Es aquñi cuando mejor se desenvuelve la historia, entre diálogos claros y genuinos (brillantes las llamadas de teléfono al líder de la URSS, "Dimitri") y personajes estrambóticos, como el embajador ruso o el militar enamorado. Este segmento es una verdadera delicia cinematográfica, que además configura una atmósfera magistral en ese subsótano del pentágono, con una iluminación muy concentrada en los personajes.
Y es que en ese sentido creo que la película gana mucho: a estas alturas no hace falta decir que Kubrick dominaba la luz como pocos, pero el trabajo de sombras y siluetas que hace es magistral. En escenas con una clara iluminación no se vé ni una sombra de algo que no aparezca en pantalla. Al margen de eso, la fotografía y la dirección es soberbia, atendiendo más a planos cerrados, fijos y tomas largas, lo propio en una película casi al 100% compuesta por diálogos, pero resueltos con sencillez e ingenio, para introducirnos en la escena.


Concluyendo, me gustaría decir que esta película me ha encantado, pero no es así: como ya he resuelto, el film se me hace pesado (pese a su duración de hora y media), y los aspectos técnicos no compensan la pérdida de tiempo en gran parte de dos de sus tres historias, dónde la sátira pierde fuerza y el humor es escaso, y si lo hay, muy secundado por dar prioridad a diálogos vacíos y fuera de lugar. Destaco a Peter Sellers, que aún no siendo santo de mi devoción resulta toda la fuerza de la película. Reconozco las genialidades de la obra, pero no creo que todo, sumando, llegue a darnos un film redondo. A propósito, la sátira, presente en toda la película, no acaba de conformarse: ¿critica el exceso de puestos en la cadena de mando? ¿critica la falta de diálogo entre los políticos y las naciones? ¿o acaso todo un poco? En fin, con esta película dejé de preocuparme por las guerras y empecé a amar a los científicos nazis.
 
Atte: Pibón del Barroco